Ante la proximidad de las elecciones presidenciales francesas, el 10 y el 24 de abril, cobra fuerza la idea de que el escrutinio podría ser robado o amañado, una afirmación avanzada por candidatos de todo el espectro político que, o bien buscan distraer y manipular, o bien creen sinceramente en ello.
¿Pero robado por quién? En este punto, ninguno de los que claman por el fraude es claro.
Tl candidato de extrema derecha Éric Zemmour avivó a la multitud en un mitin el pasado domingo, asegurando que «lavará las afrentas de la derecha, las afrentas del pueblo que tiene el sentimiento legítimo de que le han robado su voto durante demasiado tiempo», añadiendo que «el voto oculto» se revelará el 10 de abril.
A principios de semana, la candidata conservadora Valérie Pécresse instó a sus partidarios a no «dejarse robar la elección».
Y luego está el soberanista Nicolas Dupont-Aignan, que se ha quejado repetidamente de una «elección amañada de la A a la Z». Se habría convertido en el primer ministro de Marine Le Pen en 2017, si ella hubiera ganado…
Desde entonces, se ha revolcado en las teorías conspirativas y antivacunas y ha vendido argumentos del Kremlin.
Su planteamiento trumpiano ha sido bastante coherente, clamando por adelantado -tal y como hizo el expresidente estadounidense de cara a las elecciones de 2020-.
También el candidato de la izquierda radical Jean-Luc Mélenchon predijo en el verano de 2021 que «en la última semana de la campaña presidencial, tendremos un incidente grave o un asesinato». Su comentarios fueron desestimados por toda la clase política y calificados como «una mezcla de paranoia y conspiración» por Marlène Schiappa, ministra encargada de la ciudadanía.
Ahora, no sabemos quién ganará. Aunque Emmanuel Macron es el gran favorito en este momento, su victoria no puede darse por sentada. Sobre todo porque los franceses tienen tendencia a cortar cabezas, en sentido figurado. De los cuatro presidentes anteriores a Macron, solo dos fueron reelegidos.
Más de un tercio de los votantes no están seguros de su elección, por lo que todo puede seguir cambiando muy rápidamente, y las encuestas podrían resultar erróneas.
Si a esto le añadimos que el día D hace un sol espléndido, es posible que algunos de los ciudadanos franceses menos politizados o menos convencidos prefieran irse de fin de semana en lugar de acudir a las urnas… Y esto añade otra capa de incertidumbre.
Le Pen nunca ha estado tan cerca de la victoria, y los equipos de Macron se preocupan por ello, tanto en televisión como «extraoficialmente». Mélenchon también avanza lenta pero constantemente y podría dar la sorpresa.
Independientemente de quién gane, sugerir que las elecciones están amañadas es irresponsable, aumenta la sensación de desconfianza de los ciudadanos en las instituciones y sólo añade más combustible al ya pesado clima político del país.
Con los activistas inflados y convencidos de que han sido engañados, no es imposible un «escenario de turba en el Capitolio».
Tal vez no en la misma forma, pero puede que hayamos olvidado demasiado rápido las manifestaciones masivas del Gilets Jaunescuando los ciudadanos, enfadados con el sistema y exigiendo ser escuchados, ocuparon las calles de París cada sábado durante meses.
Una de sus líderes, Priscillia Ludosky, ya advirtió que «si Macron es reelegido, hay muchas posibilidades de que llame a la gente a tomar las calles».
El futuro presidente tendrá una importante tarea: reconciliar y sanar un país que saldrá fracturado de estas elecciones, y pensar en un nuevo régimen más justo y representativo, lejos de la «monarquía republicana» de la que se acusa a la V República.
Pero no podrán hacerlo si otros políticos y comentaristas siguen ‘trumpificando’ la vida política.
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