Las provocaciones del Kremlin: una prueba para los principios y la resistencia de la UE

Los líderes políticos, los analistas, los grupos de reflexión y el público en general están ocupados discutiendo cuándo y cómo terminarán las tensiones sobre Ucrania. La respuesta, según Mikuláš Dzurinda, está en plantear la pregunta básica: ¿Por qué el Kremlin ha iniciado este juego salvaje, que aparentemente no tiene un resultado exitoso?

Mikuláš Dzurinda es presidente del Centro Wilfried Martens de Bruselas y ex primer ministro de Eslovaquia.

Radek Sikorski ofreció recientemente la siguiente respuesta a un panel eslovaco: «Putin no quiere tener una Ucrania exitosa y orientada a Occidente en su vecindad. Teme que si Ucrania tiene éxito, los rusos quieran lo mismo. Al mismo tiempo, quiere pasar a la historia como el restaurador del imperio».

Si esto es así (y estoy convencido de que Sikorski tiene toda la razón), entonces nosotros, los europeos, tenemos un verdadero problema a largo plazo. Este problema se centra en el reconocimiento de que la posición del Kremlin no deja espacio para el compromiso.

Si Occidente -y la UE en particular- no renuncia a sus valores y principios y el Kremlin sigue manteniéndose firme, el único resultado puede ser la adhesión de Ucrania a la OTAN o el sometimiento del país por parte de Rusia; esta última opción dejaría atrás una Unión Europea fragmentada y en declive.

Uno de los principios y valores fundamentales de la política exterior del mundo libre es el derecho de cada país a elegir libremente a qué agrupación quiere pertenecer. Hoy, la elección de Ucrania está clara. Occidente debe respetar tanto esta elección como sus principios fundamentales.

¿Cómo se desarrollará este duelo de gladiadores? ¿Puede Occidente resistir la presión rusa? ¿Cuál es el papel de la Unión Europea en este conflicto y cuáles son sus obstáculos?

La principal lección aprendida en la crisis hasta la fecha es que la única fuerza actualmente capaz de frenar a Rusia es Estados Unidos. Es alentador que la administración de Joe Biden haya afrontado el problema de frente.

Sin embargo, lo que resulta deprimente es la constatación de que la UE es prácticamente inexistente ante esta cuestión, tan sensible y vital para los países vecinos de Ucrania y para toda la comunidad europea. Esto da pábulo a la propaganda del Kremlin, que está sembrando la discordia en toda la UE.

El Kremlin también está avivando el sentimiento antioccidental de los rusos, con eslóganes que alegan que Estados Unidos y la OTAN los rodean y quieren destruir a Rusia. El agresor clama que es una víctima. Y esta estrategia tiene éxito porque, al parecer, sólo los Estados Unidos se preocupan por los problemas de Ucrania.

Pero hagamos una pregunta aparentemente herética: ¿cómo evolucionará el enigma ruso-ucraniano si las próximas elecciones estadounidenses traen de vuelta a Donald Trump (con su programa America First), que ha mostrado una extraordinaria empatía con el Kremlin y sus intereses?

Otra cuestión nada desdeñable es la intensidad de la presencia y la actividad de EE.UU. en Europa si China intensifica su agresión contra Taiwán y aumenta su dominio en el Mar de China Meridional. ¿Puede la respuesta militar siempre, en todas partes y a todo, ser proporcionada sólo por los estadounidenses?

La impotencia y la falta de unidad de Europa son realmente preocupantes. Está dominada por la torpe vacilación del nuevo gobierno alemán. La renuncia al papel de líder europeo que dejó vacante Emmanuel Macron tras el fin del mandato de Angela Merkel.

Somos incapaces de ponernos de acuerdo ni siquiera sobre sanciones comunes y eficaces, aunque éstas por sí solas no saciarían el apetito del Kremlin. Todos sabemos que el único elemento que puede mantener a raya al oso ruso es la fuerza.

La fuerza militar siempre será el instrumento clave de disuasión. Si tenemos en cuenta el prolongado pacifismo de Alemania, el siempre presente egoísmo nacional de varios países europeos que persiguen principalmente sus intereses económicos nacionales, esta fuerza de disuasión sólo puede ser un ejército europeo común bajo un mando conjunto, es decir, de la Unión.

Durante décadas, hemos hecho creer a nuestros ciudadanos que el uso de la fuerza o la disuasión por la fuerza no forma parte de nuestra cultura moderna, europea y «estratégica». Nos engañamos pensando que todo se puede resolver con buenas palabras y dinero.

Las tímidas voces que pedían una estrategia común de defensa europea fueron acalladas por los reproches que afirmaban que, con la existencia de la OTAN, la defensa europea sería redundante o incluso una formación competidora de la OTAN, lo que obviamente nadie quiere.

Nos hemos mentido a nosotros mismos. Todos sabemos que la seguridad europea es el talón de Aquiles de Europa. El desarrollo de la seguridad europea requiere compromisos financieros y lavoluntad política de conceder a las instituciones de la Unión las competencias que naturalmente corresponden a sus miembros en virtud del principio de subsidiariedad. Todos los líderes importantes saben lo que hay que hacer.

Lo que no saben -como decía en su día Jean-Claude Juncker- es cómo ser reelegidos después de tomar medidas tan impopulares.

Sin embargo, la presión de Rusia sobre nuestro mundo libre es la prueba de nuestra lealtad a los valores de la democracia y de nuestra valentía para actuar de manera que nos permita defender y preservar nuestra democracia. Ya es hora de que tomemos estas medidas concretas.