Disrupción, transición, transformación, cambio estructural: los europeos se enfrentan hoy a varias megatendencias: el cambio climático y la necesidad de descarbonizar nuestras economías; la digitalización y la necesidad de repensar la organización del trabajo; la desglobalización y la necesidad de seguir siendo económicamente relevantes, escribe Sandra Parthie.
Sandra Parthie es directora de la oficina de Bruselas del Instituto Económico Alemán y miembro del Grupo de Empresarios del Comité Económico y Social Europeo.
En el sector industrial, la competencia es cada vez más feroz y más global. Desde hace tiempo, los europeos están acostumbrados a ser los que dictan las normas a nivel mundial, a estar a la vanguardia de los avances tecnológicos y a beneficiarse de un nivel de bienestar social y económico cada vez mayor.
Sin embargo, todas estas “certezas” se ven ahora amenazadas. Europa corre el riesgo de convertirse en la tercera rueda de un nuevo orden mundial dominado por China y Estados Unidos.
“¿Y qué?”, se preguntarán algunos. Pues bien, he aquí por qué esto importa mucho, en realidad: Europa carece de recursos naturales y durante siglos ha basado su prosperidad económica y su bienestar social en el comercio internacional y en el acceso y uso de los recursos, desde la plata hasta las especias, pasando por el petróleo y el gas.
A menudo ha dominado a sus socios comerciales y ha configurado las reglas y normas comerciales en su beneficio. Ha podido hacerlo porque tenía poder de mercado, era competitivo e innovador.
Ahora, la situación está cambiando. Aunque la UE está trabajando en la realización de su mercado único, siguen existiendo muchos obstáculos internos y muchos intereses nacionales que dificultan el proceso. Y mientras los Estados miembros se pelean por los detalles de la regulación, el poder general del mercado de la UE está disminuyendo, especialmente en relación con Asia.
Se prevé que nada menos que el 85% del crecimiento económico hasta 2030 se producirá fuera de la UE. Es decir, en mercados y de acuerdo con reglas y normas configuradas por otros, y donde los valores europeos, desde la protección social hasta los derechos de los trabajadores, el diálogo social y las normas laborales y medioambientales, no desempeñan ningún papel.
Esto significa también que el acceso a los recursos tan necesarios es cada vez más difícil para las empresas y los empresarios europeos. No sólo porque la demanda mundial y, por tanto, la competencia por estos recursos está aumentando, sino también porque el proteccionismo y las acciones coercitivas o de represalia contra los países, las empresas y las economías también van en aumento.
Todos estos acontecimientos afectan al acceso a los recursos, como las tierras raras y las materias primas, que nuestra industria manufacturera necesita para funcionar y proporcionar empleos de alta calidad.
Reclamar la “autonomía” estratégica no va a resolver esta cuestión. Volverse proteccionista y pretender la autosuficiencia económica es un callejón sin salida. Europa no puede ser autónoma, debido a su falta de recursos. Tiene que seguir luchando por un sistema comercial internacional que funcione.
Pero necesita una estrategia para hacer frente a esta situación. Europa tiene que reducir sus dependencias unilaterales siempre que sea posible, cambiar los patrones de consumo y producción intensivos en recursos, aumentar sus capacidades de procesamiento e invertir en, y desarrollar, instalaciones de producción en sectores orientados al futuro, especialmente para bienes de alto valor donde es esencial mantener el potencial tecnológico y de innovación de la UE.
Por lo tanto, la sostenibilidad y la neutralidad climática se están convirtiendo, con razón, en los principios rectores de nuestras actividades económicas. Un factor importante que influye en la competitividad de Europa es la energía: la forma en que se produce y su coste.
La reciente subida de los precios de la energía encabeza actualmente la agenda y está creando muchos dolores de cabeza a los hogares, así como a la industria y a los políticos. También tiene un historial de implicaciones geopolíticas preocupantes.
Europa sigue dependiendo en gran medida de productores externos para su abastecimiento energético. Cambiar esto afectará positivamente a nuestras economías a varios niveles: la inversión en más energías renovables y un suministro energético descentralizado impulsará a los fabricantes europeos, reducirá las emisiones de CO2, disminuirá la dependencia de los combustibles fósiles de precio variable y bajará los precios de la energía a largo plazo.
Por lo tanto, es una prioridad política para Europa.
Pero al mismo tiempo, la UE no es un bloque monolítico. Así, las capacidades para adaptarse a estas nuevas necesidades y hacer frente a los perturbadores varían mucho de una región a otra, de un Estado miembro a otro.
La transición necesita inversiones en investigación e innovación, en infraestructuras, en atracción de empresas, en condiciones de producción y fabricación favorables para las empresas, en nuevas tecnologías y materiales. Pero también en medidas de apoyo a los trabajadoresy los empleados de los sectores afectados por el cambio estructural, en la educación, la mejora y la recualificación.
No todos los Estados miembros están igualmente equipados para hacer frente a estas demandas. Además, la pandemia ha agravado las desigualdades entre los Estados miembros, y los gobiernos se encuentran con listas de tareas o prioridades muy diferentes.
Pero estas diferencias no deben nublar la visión de los líderes políticos: el cambio climático no esperará a las próximas elecciones, hay fondos disponibles para las inversiones digitales y verdes, y la mejora de las capacidades y el buen gobierno de las administraciones públicas no es brujería, sino una cuestión de voluntad política. Los ciudadanos son conscientes del cambio estructural en curso.
Conseguir que apoyen la acción política para afrontarlo implicará amplias actividades de consulta y comunicación, especialmente con los interlocutores sociales y los representantes de la sociedad civil.